A estas alturas ya te diste cuenta que mi familia y yo emigramos (o mejor dicho – retornamos) a nuestro país de origen.
No era una niña cuando me moví a los Estados Unidos; ya era una chica bien formada quien cómodamente se movía, cual pez, en las aguas Salvadoreñas.
Pasé 15 años fuera de mi país y wow… cómo siento que han cambiado las cosas, cuando en realidad… nada ha cambiado. ¿Suena confuso? Simplemente me acostumbré a otra vida, otras costumbres, otra cultura, otro ambiente, otra gente (aunque “deep inside” seguía sintiéndome 100% Salvadoreña)
¿A qué me estoy “volviendo” a acostumbrar?
AL TRÁFICO: OMG (Oh My God)! ¿ De dónde salen tantos carros? Los salvadoreños no sólo manejan de manera temeraria, haciendo caso omiso de casi todas las señales de tránsito, pero a una velocidad cuasi supersónica. Los buses y microbuses pasan a tu lado como manada de búfalos: imparables, prepotentes.
Voy manejando y voy rezando, pidiéndole al Todopoderoso que se apiade de mí. Mi corazón late a mil por hora, a la misma velocidad que manejan los buseros.
A LOS HALAGOS: “Pase mi Reina”, “Adelante mi Doñita”. Ya sea que vaya al banco, a un restaurante o a hacer compras, soy recibida con unos halagos y muestras de educación un poquitín too much! En los Estado Unidos la gente no suele ser tan melosa; son más simples y creo haberme acostumbrado al simple “Hi” y “Thanks” nada de “Queen, your Magesty or Madame”. La verdad, este punto no es una queja. Me alegro que la gente lo reciba a uno con una sonrisa y un saludo pero eso de “Reina” creo me queda grande.
A LAS VENTAS EN LA CALLE: Voy rezando y altamente concentrada al manejar; hago un alto y mi carro es invadido por personas que me quieren vender algo: Mango en bolsa, limones, adaptadores para celulares, dulces, flores, miel y no sé cuantas cosas más! Siento como que la calle de pronto se transforma en un Mall con servicio de drive-thru! Digo mil veces “No gracias” pero mis palabras parecen ser llevadas por el viento. Espero con un poco de desesperación el momento en que el semáforo se ponga en verde para salir, literalmente, huyendo!
A LA FALTA DE CALENTADOR: No quiero sonar como una Diva, pero las mañanas en que amanece un poco fresco, bañarme es una vil tortura. Abro la regadera con recelo, con temor a que las primeras gotas de agua me calen cuales alfileres. Brinco al ritmo del agua, suplicándole a mi cuerpo adaptarse rápidamente a las bajas temperaturas. Salgo de la ducha y parezco Pitufa, azul!
A LA FAMILIA: Pasamos muchos años lejos de la familia. Mi núcleo familiar era mi esposo, mi niño y yo, PUNTO. Tenía familia política pero no nos veíamos con tanta frecuencia dado al trabajo y quehaceres de cada quien. Las personas en Estados Unidos tienden a ser bastante privadas, celosas de su espacio personal. Fue llegando acá y mi familia y amigos se han volcado en atenciones. Invitaciones a la playa, al club, a cenar, a pasear… en fin! Ahora tengo a mi gente cerquita “BIEN CERQUITA”! Mi hijo, al principio, no dejaba de sentir un pequeño agobio, pero ya se acostumbró y disfruta mucho la compañía de los primos.
Los humanos tenemos esa gran capacidad de adaptación (bueno, cuando se quiere!). Gracias a Dios yo poseo y pongo en práctica dicha cualidad. Comienza para mi familia una nueva vida y la mejor actitud es aquella en donde uno reciba con los brazos abiertos todas esas experiencias nuevas y ¡hasta las no tan nuevas!